Para la Real Academia Española, “ficción” es en su tercera acepción clase de obras literarias o cinematográficas, generalmente narrativas, que tratan de sucesos y personajes imaginarios.
En mi modesta opinión, la definición se queda corta.
Obviamente la ficción se da en obras literarias o cinematográficas, pero también en otros casos, por ejemplo el cómic o los videojuegos.
La parte final también me parece objetable, es indudable que la ficción trata de sucesos imaginarios, no tanto de personajes, de hecho la ficción se basa, en muchas ocasiones, en personajes reales pero introducidos en sucesos imaginarios o viceversa, de personajes ficticios en sucesos reales.
La ficción siempre comienza por una pregunta. ¿Y si...?
Esta pregunta puede ser de alta cotidianeidad, por ejemplo, ¿y si un empleado de banca se enamorase de una mujer casada?, una ficción que puede ser posible, es decir que puede ser o suceder (DRAE)
Pero la ficción también puede ser de baja o nula cotidianidad o, lo que es lo mismo, de alta fantasía, definida fantasía como grado superior de la imaginación; la imaginación en cuanto inventa o produce (DRAE), por ejemplo: ¿Y si un extraterrestre llegase a la tierra y tuviese súper poderes?
Entre ambos extremos existe un campo amplísimo, pero siempre en terreno de la ficción.
Como dije antes la ficción no siempre ha de tratar de sucesos y personajes imaginarios. Los personajes pueden ser reales pero inmersos en sucesos imaginarios. Julio César fue real, pero el Julio César de Shakespeare es una ficción; Hitler fue real, pero el puñetazo del Capitán América es ficción; Barak Obama es real, pero su encuentro con Spider-man es ficción y, así, en multitud de ocasiones. Del mismo modo, la III Guerra Mundial fue real pero las historietas de Hazañas Bélicas son ficción; la proclamación del estado de Israel fue real, pero Café Budapest es ficción.
Todo lo anterior podría ser una paja mental, pero existe una singular analogía entre los grados de ficción y el predicamento cultural.
La zona cercana a lo cotidiano, la que relata acontecimientos basados en lo ordinario, lo común, regular y que sucede habitualmente (DRAE) suele disfrutar de un mayor prestigio.
En cuanto nos vamos acercando a lo insólito, lo raro, extraño, desacostumbrado (DRAE), el prestigio disminuye; no me refiero sólo a los sucesos, también a su escenario. Una ficción enmarcada en París tiene más categoría que otra situada en una jungla africana o en la nave de unos astronautas.
Si la obra de ficción pertenece a la fantasía, a la alta fantasía, es bastante improbable que merezca el respeto de la crítica, a no ser que esta crítica considere que la fantasía es una alegoría, ficción en virtud de la cual algo representa o significa otra cosa diferente (DRAE)
De este modo, la vacua 2001, una odisea del espacio, por su carácter de alegoría, será siempre (para la crítica) una película de más alta estima que El Planeta de los Simios y en cualquier “listado serio” sobre el cine de 1968, el muermo (cosa tediosa y aburrida. DRAE) de Stanley Kubrick estará siempre entre las obras maestras, mientras que la fantástica película de Franklin J. Schaffner no será más que una obra menor.
De forma idéntica sucede con los géneros. Una novela es más respetable que un guión cinematográfico, este lo es más que un guión de cómic, este lo es más que un guión de video-juego..,. y, así, hasta el absurdo final.
Un descabellado criterio que no prima la excelencia de la narración, de la ficción, sino el prestigio del medio o el género en que se incluye esta.
Para mi la ficción es una amiga y como a cualquiera de mis amigos, les quiero porque me gustan, independientemente de su ideología. ¿O es que sólo se pueden tener amigos que piensen como tu? Vaya idiotez y aburrimiento.
A la ficción la amo porque me gusta, sin molestas interferencias censoras que pretenden "aclararme", que The Punisher, por poner un ejemplo, es fascistoide porque se sitúa "por encima de la Ley” ignorando que no solamente los personajes de los mundos de superhéroes sino TODOS los héroes de ficción están por encima de las leyes del Derecho y –en ocasiones- de la las leyes físicas.
Ahí reside su encanto, los héroes no dejan de ser justicieros y vengadores que se permiten saltarse las leyes –insisto, morales y físicas- para satisfacernos dando una buena paliza a los malos, del simpático y progresista Capitán Trueno al antipático y vengativo Punisher.
Sólo los bobos de solemnidad confunden ficción y realidad. Sólo un gilipollas integral puede afirmar que si disfrutas con los héroes que se saltan las leyes gozaras con policías o vengadores que se sitúen por encima de las leyes en el mundo real.
Este tipo de memos practica sus censuras bajo el manto de diferentes religiones. cristianismo, islamismo, judaísmo, marxismo, psicologismo, feminismo, o protección a la infancia son los paraguas (algunos) sobre los que censores de todo pelo han tratado y tratan de censurar la ficción.
Es curioso como Batman y Superman (sirvan como ejemplo los dos iconos de DC) han tratado de ser censurados, algo que en algunas ocasiones se ha conseguido, desde distintos campos ideológicos.
En USA, el psicólogo Fredric Wertham trató de acabar con los cómics al considerarlos responsables de la supuesta delincuencia juvenil y de nefastas influencias sobre la moral de los jóvenes ya que ¡Batman y Robín eran una clara pareja de homosexuales!. En España, Fraga prohibió a Batman y Superman ¡para que los jóvenes no los confundiesen con los ángeles!, por lo visto los únicos seres capaces de sus proezas. En Francia el Partido Comunista, apoyado por Jean Paul Sartre, quiso prohibir a los superhéroes como representantes de la nefasta política de los USA. Lo mismo hicieron en su momento Mussolini o Fidel Castro. Hace menos de dos años que una progre e indocumentada artista publicaba en el diario Público que [el superhéroe] “encarna la búsqueda permanente de coherencia, lo cual le convierte en un estúpido o en un fascista”. (¡?).
La sarta de tonterías y simplezas sería interminable aunque siempre con una coartada basada en que, como mentes preclaras, asumen el derecho, eso si, por nuestro propio bien, de decirnos que podemos o no podemos leer o ver, con que ficción debemos o no disfrutar. ¡Que les den!
El franquismo pretendió, como todas las dictaduras pretenden, imponer su moral –sexual, religiosa, política- como el factor fundamental de la ficción, si sale una teta, un cura pederasta o un ministro corrupto la ficción es mala y ha de ser negada a los ciudadanos. Ahora la censura es más sutil, si se traspasa el límite (cada vez más estrecho) de lo políticamente correcto (no ya sólo en los terrenos anteriores sino añadiendo la salud, la ecología, el feminismo, etc.) hay que censurar a la ficción. ¡Que les den!.
¿Estoy negando con esto que la ficción rezume ideología? Por supuesto que no. De El Guerrero del Antifaz a Paracuellos, de Superman al Mediador, los cómics están cargados de ideologías muy diferentes, como todas las ficciones ¿y qué?. Ya somos mayorcitos para saber de que pie cojean Manuel Gago, Jerry Siegel, Carlos Giménez o Joe Sacco y sus historietas y para saber que son casos muy diferentes de historietistas. Gago fue un hombre sin un gran bagaje cultural, hijo de perdedores de la guerra civil, en el asfixiante ambiente de los años 40 en España, muy influido por el folletín y de ideas más bien conservadoras, pero ¿vamos a negar por eso que fue un gran historietista?. No voy a entrar en las curiosas y bien conocidas connotaciones judías de Jerry Siegel y su Superman, creo que en este caso, el personaje es más importante que su creador porque, como también es sabido, en la industria del comic-book estadounidense los personajes son franquicias y la ideología de Siegel no es la misma que la de Mark Millar, pero Superman es uno de los grandes personajes del cómic. Carlos Giménez y Joe Sacco son un caso diferente, sus creaciones suelen tener un definido contexto político y social que las aleja de la fantasía pura, pero sus ficciones son excelentes, por encima de su ideología.
No niego las ideologías, no soy un pasota, tengo la mía que no viene al caso, pero si niego que la ideología sea el factor determinante para juzgar una ficción. No le negamos valor a Metropolis por estar escrita por una guionista tendente al nazismo, como no le negamos valor a Tiempos Modernos por estar creada por un autor tendente al progresismo. Ambas son obras maestras de la ficción de su tiempo.
Dejando de lado el (pesado) debate de las ideologías, alguno de mis amigos se ha extrañado en más de una ocasión de mi afición por los cómics (algunos) que están cargados de violencia o gore. La respuesta es siempre la misma: a ver si os enteráis de que ¡es ficción!, y en la ficción, la violencia, lo brutal, lo políticamente incorrecto, es excitante para la mente, humaniza.
Del Titus Andronico de Shakespeare, pasando por el Marques de Sade y terminado en Ranxerox o La Broma Asesina, por poner algunos ejemplos, la violencia se ha erigido como catarsis para muchos lectores que, desde luego no son (somos) sicópatas.
Sólo los memos de tomo y lomo pueden pensar que si te gusta la violencia en la ficción eres partidario de la dialéctica de los puños y las pistolas en el mundo real.
Es al reflejo del mundo real en la violencia al que tengo miedo. Me asustan la Gestapo, Guantánamo, las multitudes histéricas y manipuladas, la razón de Estado, la Semana Santa, los discursos de Mahmud Ahmadineyad... muchas cosas del pasado y del presente, pero la ¿¡la ficción!?
En alguna de las ediciones del salón del Cómic de Granada, las "autoridades" trataron de impedir la "violencia y las armas" de los asistentes. Por asistentes se referían los otakus y sus katanas de cartón y papel de plata o a cualquier otro friky portador de armas. ¿Violentos?, por favor, si constituyen el grupo más pacifico de jóvenes que te puedes encontrar. Si las autoridades quieren ver jóvenes violentos que observen el comportamiento de los piquetes informativos o de los grupos nacionalistas y de ultraderecha en fútbol.
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