El pasado 30 de abril apareció, en el diario El público, el artículo de opinión titulado "Yo soy la debilidad" firmado por Angelica Liddell.
Al comienzo de su escrito la autora considera que cierto restaurante de putas, albañiles y viejos es un buen sitio para reflexionar acerca de los superhéroes. No voy a discutirlo, cada uno reflexiona donde le da la gana.
Ubicado el lugar de reflexión, el análisis (?) de Liddel comienza pontificando: El superhéroe representa en nuestros días la cúspide del puritanismo social y de los valores incorruptibles de la clase media europea.
Es de suponer que Liddel, cuando habla de superhéroes, se refiere exclusivamente a un determinado tipo de personaje: el superhéroe estadounidense de cómics. Baso la suposición en que su columna se incluye en una doble página dedicada a la muerte de Superman, personaje sobre el que no tiene mucho que decir, tan solo una cita que Liddell considera brillante: A Superman nunca se le notan las venas de la polla. Este tono poético de obsoleta niña terrible es el que marca el escrito.
Obvia Liddell que estos superhéroes estadounidenses no son más que mitos, en el fondo continuadores de una tradición que tiene sus orígenes en seres como Aquiles, Mercurio, Hércules, Sansón, Moisés... su única diferencia viene dada por el origen de sus poderes. Si los superhéroes de la antigüedad adquirían sus poderes por diferentes motivos religiosos y/o mitológicos, los nacidos en el siglo XX, los adquirieron por razones más modernas, eran alienígenas, humanos que se transformaban por la radioactividad o simples mutantes. Los primeros, los superhéroes de la antigüedad, tenían el molesto lastre de la religión y pretendieron una cierta realidad; los del siglo XX son pura ficción y nunca han pretendido salir de este terreno. Si algo les une es que son muy divertidos, si algo les separa es el cultismo que pretende, una y otra vez, colocar a la literatura por encima de cualquier otro medio de expresión, en este caso los tebeos. Antes de apasionarme por el Universo Marvel lo hice por la mitología griega, pero lo cierto es que el primero es más amplio, mas divertido, más moderno y más interesante que la segunda.
En cuanto a lo que se refiere al puritanismo y valores incorruptibles que representa el superhéroe, Liddell es, simplemente, antigua y desinformada. Antigua porque confunde al superhéroe actual con Superman, nacido hace setenta años. Desinformada porque desconoce títulos esenciales de "nuestros días". Si en lugar de acudir a las fáciles fuentes del tópico hubiese tratado de enterarse de como va la cosa en la actualidad, tal vez sus opiniones fuesen diferentes. Una simple lectura de títulos como Wachtmen, The Boys, Wanted, Top Ten, The Authority o The Ultimates, por poner unos ejemplos, bastarían para hacerle ver el ridículo tópico de su afirmación.
Prosigue Liddell pontificando de nuevo: [El superhéroe] encarna la búsqueda permanente de coherencia, lo cual le convierte en un estúpido o en un fascista.
¡Joder! Así que si intento rebatir con coherencia sus ¿argumentos? me convertiré en un estúpido o en un fascista. A riesgo de recibir cualquiera de los dos insultos tratare de ser coherente.
Por supuesto que han existido, y existen, superhéroes estúpidos, como existen personajes de la literatura, el cine, el teatro o la tv estúpidos. La estupidez, obviamente es de dos tipos, provocada con intención por sus autores o producto de la estupidez de sus autores. La primera no es más que un recurso lícito, la segunda una desgracia que se ha de soportar en cualquier modo de comunicación. Si lo que pretende afirmar Liddell es que todos los autores de cómics son estúpidos lo único que puedo responder es que lea más de lo que se escribe en el siglo XXI en lugar de descalificar sin conocimiento. Si Alan Moore, Mark Millar, Warren Ellis o Garth Ennis, por poner sólo unos ejemplos, son estúpidos habría que revisar el concepto de estupidez. En realidad lo que se esconde bajo las palabras de Liddell es un profundo desprecio a un género que desconoce.
¿Superhéroes fascistas? Evidentemente que han llegado a las páginas de los cómics. Los superhéroes no son más que mitos, hijos de la sociedad y los artistas que los crean. El Capitán América que nació propinando un antifascista puñetazo a Hitler en los años 40 del pasado siglo, pasó a ser un furibundo fascista anticomunista en la época de McCarty y, en la actualidad, encabeza a los superhéroes partidarios de la libertad, frente a los partidarios de la seguridad encabezados por Ironman. Los superhéroes han tenido padres (muchos curiosamente guionistas y dibujantes judíos de Manhattan, antifascistas antes de que EEUU entrase en la II Guerra Mundial), pero, en la actualidad son franquicias de las editoras y, su personalidad depende más de los artistas que realizan sus historietas que de la marcada en su nacimiento. Al igual que sucede con los mitos teatrales griegos Edipo, Electra... son utilizados por autores modernos como pretexto para contar "su historia", los superhéroes son un terreno en el que los autores de cómics cuentan "su película".
¿Coherentes? Ironman es, gracias a su entretenida versión cinematográfica, un héroe de moda que, para los lectores europeos, españoles, de clase media, es el villano del año.
Pero Liddell no se entera de nada de esto, prefiere anclarse en el siempre reaccionario tópico, en el desconocimiento. Angélica Liddell se incluye en la amplia nómina de moralistas puritanos, una "selecta lista" en la que figuran, entre otros, Fredric Wertham, el PC francés, Fidel Castro, Fraga Iribarne... o yo mismo en remota época. Las razones de estos puritanos fueron de diferente índole y con distintos objetivos. Wertham se basó en la psicología (Batman y Robin eran homosexuales), con la intención de provocar la censura en la tenebrosa época de la caza de brujas. El Partido Comunista francés y Castro (curiosamente al igual que Mussolini, en la II Guerra Mundial) en la fobia antiestadounidense, también con la intención de censurar. Manuel Fraga Iribarne en la presión de la Iglesia Católica, que consideraba a los superhéroes rivales de ángeles y del mismo Dios (amén de proteger a Bruguera de la competencia de Novaro), con intenciones censoras y económicas. Y, perdón por la inmodestia, yo mismo, por entender que violencia de los cómics de superhéroes era perjudicial para los niños aunque mis intenciones -al igual que las de Lidell, supongo- no eran censoras.
Probablemente nada de esto interese a Liddell, pero ¿entonces para que se mete?
Ella misma lo explica: detesta a los superhéroes porque uno de mis sueños frustrados, desde niña, ha sido trabajar de puta de carretera y contagiar enfermedades a los hombres. La androfobia de la frase casa perfectamente con la sandez de sus razones para ¿reflexionar? sobre lo que desconoce y es que Liddell no es la debilidad, es la hostia.
viernes, 20 de junio de 2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)