En respuesta al anterior post, Alfonso Zapico nos remite un interesante escrito que agradedemos mucho y reproducimos con su autorización.Hola Javo,
Soy Alfonso Zapico, el autor de Café Budapest. He leído tus impresiones acerca de la mesa redonda en Casa Sefarad, a la que como habrás visto no he podido asistir. Vivo en Francia y no dispongo de mucha movilidad geográfica últimamente, por el trabajo y estas cosas. Antes que nada me gustaría darte las gracias por tu reseña del acto en internet, por tu interés y tu iniciativa, y me gustaría responderte vía mail esas dos cuestiones que me habrías planteado si hubiera estado en Madrid.
1.- El formato en B/N. Pues mira, aquí se dan un cúmulo de curiosidades. Bertenev en su origen estaba planteado como una novela gráfica en B/N, pero finalmente fue editado en Francia y este mercado demanda color y formato grande, de álbum tradiconal franco-belga, así que hubo que hacer cambios al inicio de la historia. Luego Café Budapest estaba enfocado a continuar con esa línea de álbum, pero finalmente salió en España en 2008 y lo adaptamos al formato "novela gráfica", en B/N, tamaño 17x21... Los dos álbumes han salido en el formato contrario al que estaban predestinados, pero pienso que los dos han ganado con el cambio. El último que estoy terminando saldrá en abril en aguada de grises, y el próximo ya será a todo color, así que si te animas a leer los próximos podrás valorar la variedad de estilos.
2.- La resolución truculenta del trauma de la madre: realmente no he querido recrearme con los desmanes del Holocausto. Todo tiene una parte metafórica en el álbum; por ejemplo, al final del libro Yosef da doble vuelta de llave a un candado en la puerta principal del café, pero en la última página los obuses han reducido el edificio a cenizas. ¿De qué sirve entonces cerrar con llave? Esto ilustra un poco la resistencia de la sociedad civil a abandonar su arraigo y su identidad en medio de un conflicto, aún sabiendo que un candado metálico no detendrá un torrente de violencia. Justo antes de esto la pequeña comunidad del café (bueno, lo que queda de ella), prepara un café, pero no es café, es una última taza de ese ambiente silenciosamente alegre, cálido y confiado que se percibe en las viejas cocinas de las grandes familias. Igual que el café, en tiempos de conflicto nunca se sabe cuando se podrá volver a disfrutar de una taza de nuevo.
Cuando estaba trabajando en el guión de Café Budapest (2007-2008, no recuerdo) realicé un pequeño libro ilustrado destinado como material extra-escolar a las escuelas y colegios de España con el motivo del aniversario de la Shoá. Una historia típica, una familia polaca de libreros judíos que acaban en un campo de concentración. Este libro era de tono muy näif, pero me gusta cuidar la documentación, y leí testimonios, vi fotografías y cuidé cada detalle, hasta el punto de que me afectó anímicamente la digestión de tanta tragedia.
Después de finalizar todo aquello y ya metido en faena con Café Budapest, salió esta historia de Shprintza, la madre de Yechezkel. Olvidémonos de detalles truculentos. Te invito a pensar sobre mi perspectiva de la tragedia: una parte de los protagonistas de aquella historia desaparecieron en los campos, se esfumaron. Otra parte, los que regresararon, vivieron después con el estigma de la supervivencia, divididos entre el sentimiento de culpa y la necesidad de salir adelante. Sienten que no hay futuro para ellos, pero quieren un porvenir para los suyos. Aquí está la tercera parte, la siguiente generación que representa Yechezkel. Lo que quiero decir es que Shprintza devoró a su marido de la misma forma en que se devoró a si misma. Es un sentimiento erróneo, porque la identidad de los culpables es evidente, pero es un sentimiento real y que afecta a este personaje como afectó a muchos otros más reales, sin duda.
Que hubo canibalismo en los campos de concentración es algo real y constatado, como lo son las incontables tropelías cometidas por los nazis. En esto punto mi imaginación se quedaría corta en comparación con la Historia. Personalmente no pienso que esta parte de Café Budapest dé alas al Revisionismo. Café Budapest no es una historia documental, ni siquiera va por los mismos caminos que el Maus de Spiegelman, en el sentido de que él plantea una biografía familiar con personajes reales y yo planteo un contexto histórico de fondo con personajes imaginarios. Café Budapest tiene su propio valor y su propia lectura, el novizago entre Yechezkel y Yaiza hubiera sido muy improbable en aquella época, y el propio personaje de la joven árabe es pura ficción, pero forman parte de la metáfora, del mensaje y del sentido de la historia.
Y no olvidemos que Café Budapest no habla del Holocausto, sino que habla del origen de un conflicto diferente en un lugar del mundo diferente.
De hecho, el interés que ha suscitado el álbum es tan pintoresco que a primeros de abril estaré en Polonia, en el Salón de Cómic de Varsovia presentando a su hermano gemelo traducido al polaco, Cafe Budapeszt. Es Polonia un país con un enorme poso de historia y cultura judías, y tengo una enorme curiosidad por conocer qué les ha interesado del libro.
Después de esta interminable explicación, que no sé si te habrá aclarado algo (porque a veces me explico muy mal, y gracias que lo estoy escribiendo porque me disperso aún más hablando), tengo que darte las gracias por el interés en el libro y en lo que plantea, por la reseña de la Mesa Redonda y por haberte acercado a la lectura de Café Budapest y La guerra del profesor Bertenev.
He disfrutado mucho leyendo tu post y no podía dejar de escribirte un mail para contarte mi punto de vista sobre la historia y explicarte los entresijos del formato de estos dos álbumes. Espero no haber sido demasiado pesado, y te mando un abrazo muy fuerte y te animo a que te leas el próximo, que, como te dije, verá la luz en abril, justo antes del Saló de Barcelona.
Enhorabuena por la Kioscopedia, que es una web fantástica de obligada consulta, y por el blog, más de lo mismo en versión blogspot.
Muchas gracias de nuevo por la atención, Javo, hasta pronto
Alfonso Zapico